El "Victor Frankenstein" con el ego más grande del cine
Desde que Mary Shelley le dio "vida" a "Frankenstein o el moderno Prometeo", en las letras, en 1818; el cine lo ha llevado a la pantalla bastantes veces.
De las más atractivas, citar la adaptación que hizo el director James Whale en 1931. Muy superior al resto de la galería de monstruos producidos en los estudios Universal -"Drácula" (1931) o "El hombre lobo" (1941)- la cinta protagonizada por Boris Karloff mantiene la sutil y estética perversión del relato fundante. Allí los silencios, planos, luces expresionistas y ambigüedades propias del realizador proyectaban una obra que 84 años sigue vigente.
Lo mismo para la cruel apuesta producida por la inglesa Hammer en 1957 con dirección de Terence Fisher. La creatura de "La maldición de Frankenstein", en el cuerpo de Christopher Lee, llama a la lástima. Aquí lo monstruoso se instala en la mente del doctor interpretado por le inefable Peter Cushing.
Tuvieron que pasar 58 años para que otro británico con mucho menos oficio y cariño por el género, Paul McGuigan, insistiera en el personaje. Ahora planteado desde el punto de vista de un Igor sin varita mágica, videoclipero y postmoderno interpretado por Daniel Radcliffe.
Junto a James McAvoy en el rol del científico, "Victor Frankenstein", no se acerca, y creemos que no pretende hacerlo, a cualquiera de sus anteriores acercamientos. Tampoco al texto de base.
ACELERADOR A FONDO
La presente es una variante propia de un "cine de espectáculo", de golpes y efectos, más que de una adaptación medianamente seria. Así la libertad se torna en libertinaje al presentar un relato colmado de aquellas soluciones rápidas propias de una parte de la narrativa cinematográfica del siglo XXI.
Una vez más sirva éste como ejemplo de aquellas cintas/videojuegos, donde los personajes operan y enfrentan cada una de las nuevas etapas (cada una más difícil que la anterior).
La historia se presenta como la aventura de un dúo dinámico y no como la obsesión de un científico que juega a ser Dios al generar vida desde la muerte.
En 110 minutos la locura de Victor Frankenstein se proyecta por sus arranques egocéntricos y no las ideas de generar vida donde no la hay. Aparece como un hombre que tan bien compone huesos -hace que Igor pierda la condición de jorobado- como entender la electricidad -clave en la literatura de género del siglo XIX y todo el ciclo Universal de terror- proyectado en un elemento "vital".
Pero también tiene una visión noble (y algo inocente) sobre la ayuda al prójimo, lo que se condice con la protección que le otorga a su asistente. Claro que ahora Igor Strausman es un experto y gran conocedor de los secretos de la medicina.
Una ciencia que por culpa de estos dos personajes tendrá consecuencias nefastas (de tintes moralinos) dada la ambición desenfrenada, explícita y casi caricaturesca de Frankenstein.
Colmada de hechos, acciones, diálogos y situaciones que no caben dentro de la lógica narrativa, la película se desarma dada la cuestionada verosimilitud de una trama que suma efectos y consecuencias. Sin embargo, no se preocupa de narrar el terror. En "Victor Frankenstein" todo se queda en intenciones y en la realización de una obra que pareciera hecha para la televisión y no para la pantalla grande.