La juventud es un barómetro de la sociedad y de la cultura imperante. Nos puede mostrar, a través de su forma de actuar y pensar, aquello que se ha hecho bien y aquello que se ha hecho mal en los procesos formativos en que transcurre esta etapa de la vida.
Ahora, tanto la cultura del mundo juvenil como la del mundo adulto tienen múltiples vasos comunicantes, pues ambas están inmersas en el mismo nicho ecológico-social que domina las relaciones y la construcción de los vínculos sociales contemporáneos.
Uno de los rasgos distintivos de lo anterior ha sido descrito por el sociólogo Zygmunt Bauman, en su concepto de "modernidad líquida". Nos dice que en la actualidad estamos abarrotados de conexiones virtuales, pero con escasos vínculos profundos y persistentes, provocando en muchas personas, adultos o jóvenes, sensaciones de desamparo, soledad y un gran vacío interior. Eso aunque dispongan de la posibilidad de comprar bienes y servicios de la más variada índole. Vivimos en la época del hiperconsumo, donde se excluye violentamente a quien no pueda estar en esta forma de relación.
Paradojalmente, todo está aparentemente al alcance de la mano, sin embargo, la realidad indica que se está muy lejos del logro de las oportunidades y del bienestar básico requerido para el desarrollo saludable de cada uno.
Por lo anterior es que se necesita con urgencia generar, o más bien reeditar, un medio ambiente facilitador del crecimiento. Este ambiente, como también su cultura, está dado por la familia y, en lo amplio, por la sociedad, que deben contener y sostener a los sujetos que están en vías de crecimiento, tratando de brindar gratificaciones, como también de otorgar las frustraciones óptimas en el proceso de establecer límites tanto dentro como fuera de la mente.
El fracaso en la construcción de estos ambientes por parte del mundo adulto suele ser devastador, afectando la construcción de la vida mental, alterando la construcción de la identidad y congelando el proceso de autonomía e individuación del joven.
En ese contexto, hace algunos días en Lebu un joven atacó a otro con un arma corto-punzante a la salida de su establecimiento educacional. Esto, sin duda, representa una escena donde está cristalizado lo peor de nuestra forma de convivencia, pero es un barómetro del estado en que sobreviven muchos jóvenes, en que la falta de estructura social básica -dada por la ausencia de adultos suficientemente buenos, en el sentido de ser sujetos disponibles para ayudar al desarrollo saludable de un joven- suele ser uno de los orígenes que explican la conducta violenta hacia otro.
Muchos adolescentes sienten que deben defenderse solos en el mundo, depender de sí mismos y borrar la humanidad del otro como forma de defender su territorio, de proteger una frágil construcción de la identidad del abuso y de los atropellos de cualquiera, imponiendo la ley del ojo por ojo, diente por diente como forma de salir adelante en la vida.
Los jóvenes insertos en el camino de la violencia son víctimas, pues están condenados al destierro de los grupos normativos de la sociedad y con esto aumentan su probabilidad de volver a lo mismo. La invitación es a generar círculos más virtuosos para la solución de los conflictos, basados en la reciprocidad y la responsabilidad compartida en la construcción de clima saludable de desarrollo.