Adolescentes, exploradores y sin miedo a la sanción
La adolescencia, en particular aquella que se inicia en la pubertad, tiene numerosas particularidades psicológicas y biológicas. Es muy veloz cuando comienza a desplegarse entre los 10-11 años hasta los 13-14 años. Por cierto posee distinciones según el sexo y la forma en que se han logrado las tareas del desarrollo.
Ahora, en el ámbito de lo psicológico, la capacidad del explorar dentro de un marco de seguridad y supervisión, brindado por el mundo adulto, resulta clave para fortalecer aspectos saludables del carácter, es decir, la parte aprendida de la personalidad. Así, esta capacidad no se remite a tomar objetos en la mesa de la casa, a jugar con los enchufes, ni tomar cuanta cosa esté a su alcance, como cuando se era un niño/a. Ahora, el interés exploratorio recae sobre lo que hasta hace algunos años estaba prohibido, como también sobre aquello que el mundo adulto hace y dice que no hay que hacer, en todos los ámbitos de la existencia.
El adolescente en esta encrucijada arremete hacia el conocer, el sentir, el descubrir, pero ahora sin el miedo a la infracción, a la sanción o a ser descubierto. El premio que en el imaginario adolescente pueden entregar estas transgresiones parece ser superior, sin duda, a la sanción.
En otro ángulo, la capacidad de exploración no sólo se limita a lo que existe fuera, en su entorno social, sino que además remite hacia lo interno, esto más bien vinculado con la experiencia de desarrollo biológico, expresado en el cambios de la masa corporal y el vigor físico. Este nuevo cuerpo establece también nuevos límites, especialmente para los padres, quienes ahora tienen restricciones de acceso que durante la infancia no tenían. Así comienzan a quedar alejados de la experiencia de exploración.
Se puede pensar que una arista de las crisis y conflictos en esta etapa está influida por la forma en que se manifiestan las conductas de exploración y los límites que cada adolescente y en particular las familias aceptan. Una de las formas de manejar los efectos de esta crisis radica en mantener un carácter esencialmente lúdico en este marco de exploración. Eso quiere decir que no es recomendable psicopatologizar todas las conductas que rompan en parte el marco establecido, pues la angustia experimentada especialmente por los padres no ayuda al adolescente a aprender.
Padres asustados, es decir, con angustias de persecución, como aquellos evitativos, o sea, que no saben qué decir y con miedo al rechazo por parte de sus hijos, no suelen comprender con eficiencia lo que ocurre, como tampoco logran educar con mayor precisión, pues llenan a los jóvenes de miedos, amenazas y restricciones.
Un juego exploratorio, que favorece el desarrollo, se abre hacia caminos donde se estimula la curiosidad por aprender todo tipo de conocimientos tanto lógicos científicos como aquellos vinculados con el arte y la música. Del mismo modo, puede acerca al joven a conocer el mundo del trabajo.
El adolescente siempre está en un juego del "como si", es decir, a adoptar posturas a favor y en contra en todos los temas. De ahí que padres más tranquilos y confiados en su amor por sus hijos y en la capacidad de éstos para cuidarse pueden sostener mejores experiencias de aprendizaje.