Observaciones de la crisis
Casi dos décadas han pasado desde la puesta en marcha de las primeras normas destinadas a regular el consumo de cigarrillos, especialmente en lugares públicos, con el fin de proteger no solo la salud de los fumadores sino la de los demás, también llamados fumadores pasivos.
Se recordará que en octubre de 1995 se publicó la ley Nº 19.419 sobre ambientes libres de humo y en febrero se 2013 se publicó la ley 20.660, que modificó la anterior, con medidas más estrictas. Inicialmente se estimó que estas significarían la quiebra de muchos comercios, como restaurantes, bares, pubs, cafés y centros de espectáculos, pero la actividad en general pudo adaptarse a las nuevas normativas. Incluso, se ha percibido un cambio de conducta favorable en el segmento de fumadores.
Si bien aún es temprano para señalar consecuencias de largo plazo para la salud de la población en general, la ley ha sumado restricciones y resulta evidente que hay una nueva forma de vincularse con los fumadores, con mayor control social. Ellos también han comprendido que no pueden consumir en espacios cerrados, en lugares públicos y menos aún en presencia de niños o adultos mayores.
Ahora es posible comer en un restaurante, ir al cine, viajar en bus, hacer trámites en una oficina o asistir a eventos, sin estar expuestos al humo del cigarrillo, como sucedía antes. Y esto se traduce en beneficios, especialmente para los llamados fumadores pasivos, que se veían obligados a compartir lugares contaminados, aunque ellos no fumaran.
Pero ese cambio aún no llega a impedir el inicio del consumo de cigarrillos, que sigue siendo muy alto y a edad temprana. Según datos del Ministerio de Salud, los escolares se contactan con el tabaco en promedio a los 13 años de edad y Chile es el país con el mayor consumo de cigarrillos en el mundo, entre niñas menores de 15 años, y el mayor en América, entre varones de esa misma edad. El primer contacto se realiza alrededor de octavo año básico y se va incrementando durante la enseñanza media, hasta llegar a un promedio de un consumidor por cada dos alumnos de cuarto medio.
Sin duda que las disposiciones legales para la venta a menores de 18 años no han sido suficientes para llegar a ese segmento y, por lo tanto, es necesario revisar la estrategia que se usa para ello. Es decir, la cruzada antitabaco aún tiene un largo camino que recorrer.
La corrupción en Chile es con boleta, no con maletines con billetes como los que a veces son detectados en los aeropuertos de otros países. Al menos nuestra corrupción le rinde un tributo simbólico a la ley. Eso puede ser por hipocresía o porque ese tributo simbólico puede ofrecer una cierta protección frente a la misma ley.
Habrá que ver cuánto se demora la corrupción en llegar todos los niveles de la autoridad y servicio público. Pero hay que distinguir: no es lo mismo usar boletas falsas para el enriquecimiento personal a costa de empresas fiscales, que usarlas para financiar una campaña política a costa de empresas privadas. Lo primero es algo que apenas está investigado. Todos, o casi todos los políticos usaban este sistema porque todo el resto lo hacía; de otro modo era imposible tener posibilidad de ganar una elección. Ningún político, que sepamos, fue capaz de financiar su campaña honradamente, perder la elección y luego denunciar a sus oponentes e intentar que se aplicara la ley. Las ganas de ganar pueden más que las ganas de hacer las cosas bien. Algo que empezó mal, como una suerte de necesidad y pacto tácito, terminó en una crisis institucional.
hýbris
Este tipo de problemas es propio de una democracia masiva. Es muy difícil, siendo las cosas así, que haya políticos realmente independientes, o dependientes sólo de sus electores. Esto último es más deseable, pero conlleva el peligro de la demagogia. La idolatría de la democracia, a falta de otros dioses, hace impensable que ella pueda ser cuestionada o su poder limitado.
Una solución institucional pasa por disminuir el poder de los que gobiernan, y no tanto porque gobiernen los "buenos" o la gente "adecuada". Aunque la virtud del gobernante sea indispensable, el gobernante virtuoso sabe que nadie es inmune a la tentación del poder. Restringir el poder incluiría, por ejemplo, limitar las reelecciones. Es difícil que eso ocurra, porque la limitación del poder sólo puede venir del poder. Por eso, hace falta un estadista, pero no sólo uno. No hay sistema que aguante sin la virtud de los ciudadanos.