En el norte o en el sur
Ha sido como verse reflejado en el espejo, o como si este país se hubiese convertido en una serie de postas de tragedias. Un día nos toca a nosotros, otro día les corresponde a los de más al norte o más al sur. Ya no hay un año de tranquilidad, y pareciera que el mundo no fuese el mismo de costumbre, que era algo más tranquilo, más avisado, más determinista. Antes, por ejemplo, uno podía asegurar que en esta ciudad se había inventado la lluvia, y que cualquier día podía llover camarones y chancado para asfalto, hasta elefantes en un aguacero castigador. Ahora ya no. Le llaman sequía.
¿Supo usted que llovió diez minutos esta semana, luego de un publicitario preámbulo de truenos y relámpagos? Así no se vale, estamos perdiendo el prestigio. Nos van a demandar en el Sernac. Sin embargo tiembla, y por la flauta que tiembla. A veces me echo en la cama un rato en la tarde y creo que está temblando de nuevo, pero no: es mi propio corazón el que palpita y me asusta.
La lluvia - esa que me dio la oportunidad de escribir una novela sobre la lluvia hace veinte años - nos ha abandonado. Parecemos una ciudad del norte, pero sin papayas ni melones calameños ni aceitunas de Azapa ni alcaldes idiotas que corretean a James Bond. La paradoja es que en el norte llovió como llovía en el sur, y el vendaval se llevó varios pueblos y ciudades con su carga de muertos a cuestas. Me imagino que alguien tendrá la culpa de tantos infortunios, y descartemos enseguida a la naturaleza, ella siempre tan sabia e intangible, tampoco a alguna divinidad que se haya molestado con nosotros y que desee castigarnos por zonas y regiones al azar.
Cuando algo tiembla, se desfonda, se inunda o eructa, nos acordamos de que las autoridades y los sistemas de emergencia no dan el ancho. Como que se aletargan, primero calculan el costo político y recién entonces, horas más tarde, se suben a los helicópteros a constatar que efectivamente está quedando la escoba, en el norte o en el sur. Hay que enviar ayuda, dicen. Menos mal que algo se ha aprendido del 27/F y la sumatoria de sus errores: frente a la calamidad, se deben desplegar a las Fuerzas Armadas de inmediato, ya libres de los rencores y suspicacias del pasado.
Como sea, parece que estamos en medio de una mala racha, andamos un poco asustados y saltones: que se nos viene el cerro, que se nos viene el mar, que se nos viene la lava hirviendo. De momento, corro a comprar un bidón de agua mineral, un paquete de pilas y una caja de comida deshidratada, para aguantar más que sea dos semanas en estado de alerta. Recomiendo lo mismo a vuestras mercedes.