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Siempre es difícil agregar nuevos antecedentes sobre la obra y figura de un artista como Alberto Durero, reconocido, admirado y señalado por la historia del arte como uno de los grandes artistas alemanes de su tiempo. Lo novedoso podría descansar en que más de un centenar de sus grabados, pertenecientes a la Colección Dal Bosco, se exhiben desde el pasado viernes en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, gracias a la Fundación Itaú. El hecho que obras originales de grandes creadores lleguen a este rincón del mundo, constituye un acontecimiento de contados precedentes, Picasso, por ejemplo, fue uno de ellos en el año 2000, concitando la atención pública con masivas visitas a su exposición.
Contemporáneo de Leonardo Da Vinci, Rafael y Miguel Ángel, a Durero se le señala como un artista completo, suma todas las virtudes que uno espera encontrar en un artista: imaginación, destreza técnica, innovación, originalidad, estudio, reflexión y compromiso. Sus pinturas y su extensa producción de grabados lo sitúan como figura clave del Renacimiento y de Europa, donde ejerció una enorme influencia como transmisor de los principios humanistas. La excelencia de su obra, la maestría del dibujo, en particular los numerosos estudios que realizó sobre las proporciones y las medidas de la figura humana, y sus aportes a la práctica, difusión y categorización de las técnicas del grabado como obra de arte, son parte de sus sabidos méritos y de su voluntad de artista. Se sabe por ejemplo que las matrices, especialmente las planchas de cobre, las grababa personalmente, hasta el último detalle, con una técnica extenuante y perfeccionista, cuya minuciosidad es precisamente uno de los rasgos destacados del estilo de Durero, característica que probablemente heredara del oficio paterno, la pasión por el detalle, el acabado meticuloso y la pericia técnica, con sensibilidad y con la aspiración de alcanzar una forma de belleza.
Para Javier del Campo - curador de esta muestra - Durero es el máximo exponente de los pintores-grabadores. En un momento en el que la imprenta era todavía una invención reciente, cuando la instrucción se anteponía a la educación y la alfabetización del pueblo no constituía precisamente un propósito para ningún poder, de manera que nada mejor que el empleo de imágenes para aleccionar y propagar los dogmas religiosos y políticos.
Durero, va más allá, adopta y adapta esta técnica a su producción artística, pero creía en el valor de la experiencia, y que, a un acercamiento empírico de la realidad, hay que unir otro esencialmente intelectual: 'Esta es la razón - decía - por la cual un artista experto no necesita copiar cada imagen de un modelo vivo, pues le es suficiente producir lo que a lo largo de mucho tiempo ha atesorado en sí mismo', concepto que, en esa época, ofrecía una mirada más contemporánea del ejercicio artístico.
La idea de la obra como resultado de la libertad y subjetividad del artista, una independencia que se aleja de las tradiciones de la academia dura y de la mera complacencia hacia los gustos del público, ésta práctica podría, en cierto sentido, educar al espectador de una nueva forma con las ideas y propuestas que ofrece el arte, o lo que hoy llamamos: formación de audiencias.
'Durero es un artista que lleva a cabo un viaje tanto físico como intelectual, es casi un viaje dramático. Es el viaje del medioevo al renacimiento, es el viaje del artesano al arte, de la realización práctica a la teórica. Todo eso significa Durero, nada más y nada menos. Además, todo ello se demuestra en el grabado', apunta del Campo.
En esta magnífica exposición se pueden encontrar algunos clásicos de su creación, como es 'El gran carro triunfal de Maximiliano I', de quien fue pintor de corte, los ciclos de 'La Pasión de Cristo', 'La Vida de la Virgen', 'El caballero, la muerte y el diablo' y 'Melancolía I', su alegórico autorretrato, entre otros.
Esta es una verdadera fiesta del grabado, y como bien señala María Nieves Alonso en el catálogo: 'Aquí casi todo es posible. Todo tema, toda técnica sirve para celebrar el encanto que ha seducido y seduce. Celebrar y agradecer, son dos de los gestos más importantes para seguir siendo humanos. La rapidez que hoy exigen nos hace, muchas veces, olvidarlo. No obstante, la contemplación de obras como las de maestro de Núremberg nos recuerda que estamos constituidos para las lentitudes y para las velocidades; para pasar y, ojalá permanecer'.
La muestra de 113