El desarrollo moral es uno de los aspectos con el que nos enfrentamos a diario en nuestras interacciones, en la televisión y en otros medios. Hace referencia, en términos generales, al conjunto de pensamientos, sentimientos y comportamientos relacionados con los criterios del bien y del mal.
La adolescencia es un período importante para la adquisición de una moral sana, es decir, que permita la adaptación saludable a una mayor cantidad y diversidad de contextos sociales, como también refleje los aprendizajes entregados por las familias y sus contextos educativos.
Nuestros niños y niñas que abandonan cada fin de año los centros de enseñanza primaria, entran progresivamente en contacto con una mayor diversidad social y cultural, pudiendo lentamente percibir de forma más nítida las contradicciones entre los conceptos morales que antes habían aceptado y las formas que otros tienen de valorar y apreciar los distintos escenarios de la vida social.
Muchos adolescentes acaban reconociendo que sus creencias y sus sistemas de valores no son más que uno de los muchos posibles y que existe una inacabada discusión sobre lo que está bien o mal.
Este contraste es necesario para permitir un cuestionamiento que facilite, al final de la adolescencia, una opinión frente a los hechos de la vida; y permita la construcción de un lugar para este sujeto dentro de la realidad social. De esta forma, durante estos años de tránsito, podemos esperar que la conducta de un adolescente pase, de estar controlada externamente, a estarlo ahora por principios y criterios internos.
Existen numerosas influencias documentadas por la investigación psicológica para explicar la forma en que se desarrolla la moral. Destacan, entre otras, el desarrollo cognitivo, la relación con los iguales y la oportunidad de poder adoptar lentamente roles sociales que impliquen mayor toma de decisiones. En todos estos, el factor común radica en la forma en que se dan las interacciones sociales, es decir, la forma en que conversamos y sobre todo lo que conversamos. Se sabe que el desarrollo moral de los hijos e hijas está relacionado de forma directa con el estilo de crianza de los padres. Así, relaciones familiares que permitan la posibilidad de contrastar puntos de vista sobre las más diversas cuestiones sociales que impliquen una evaluación moral, favorecen la adquisición de un punto de vista propio y, por lo tanto, facilitan la construcción de reguladores internos del comportamiento social.
Los temas a conversar, que colaboran en este desarrollo, se refieren a la forma en que los jóvenes ven la vida en sociedad, la manera de desarrollar la vida laboral, las normas y roles sociales que regulan la conducta tanto de hombres y mujeres, la sexualidad y sus manifestaciones, entre otros.
La invitación es a convertirse en agentes de cooperación para que estos intercambios se den al interior de las familias y favorecer la tolerancia y la capacidad de incluir todas las opiniones.