Decadencia y desvarío
Hablar de "Un tranvía llamado deseo" es hablar de Marlon Brando, cuya interpretación del tosco y rudo Stanley Kovalsky quedó por siempre en la memoria de los cinéfilos y de los aficionados al teatro, porque él hizo también la primera versión teatral en Broadway, previa al cine. Ambas dirigidas por el gran y controvertido Elia Kazan. La obra, de estupendo título en mi opinión, está entre lo mejor de Tennessee Williams, lo que no es poco decir de quien es hasta hoy uno de los dramaturgos fundamentales de la escena mundial.
El teatro nacional, bajo la dirección de Alfredo Castro, nos abre una puerta para nuevamente ingresar al hogar de Nueva Orleans donde Stella Dubois ha olvidado toda la alcurnia de su familia para vivir la pasión con su marido Kovalsky. Hasta allí llega su hermana Blanche Dubois, quien se horroriza de la pobreza, fealdad y decadencia que rodea la vida de su hermana y de su relación con un mecánico de ascendencia polaca, quien en reemplazo de las buenas maneras ofrece animalidad y sensualidad a raudales, detalles que a Stella parece hacerla muy feliz. Blanche histérica y venida a menos intenta hacer entrar en razón a su hermana, a quien le recuerda su pasado aristócrata y su condición de mujer distinguida, educada y culta, mientras su precario equilibrio mental se resquebraja entre su ninfomanía oculta y su alcoholismo.
Marcelo Alonso en la versión nacional es un digno Stanley Kovalsky, pero el problema es cuando uno como espectadora tiene en la cabeza un arquetipo tan marcado como el de Marlon Brando, se desdibuja algo. En tanto, Amparo Noguera encarna una Blanche Dubois notable, capaz de alcanzar una dimensión trágica excepcional. La obra es fuerte y ha perdurado en el imaginario, ha sido representada miles de veces en todo el mundo y ha inspirado a cineastas contemporáneos.
"Un tranvía llamado deseo" tiene una carga autobiográfica importante. Héctor Soto, periodista y destacado crítico de cine, en su libro "Una vida crítica", advierte "No es por suerte un trabajo confesional, pero responde a ese tipo de inspiración que florece sólo en el dolor de la experiencia personal. La obra da cuenta de eso: de la homosexualidad de Tennessee Williams, de su mezcla de ángel y demonio, de su noción del sexo como aventura ingobernable y anárquica, agónica y final"
Es una obra tremendamente realista escrita en 1947 y que muestra las formas de vida de la post guerra. Algunos temas siguen vigentes, otros se han tratado o se ha luchado por terminarlos: no resulta fácil ver golpear a una mujer por su marido en escena, menos si está embarazada. Y que la víctima lo perdone. La escena de la violación de Blanche está finamente tratada aquí también. Lo mismo que hace más de seis décadas cuando la Liga de la Decencia de los norteamericanos tenía poder de veto para cualquiera película u obra de teatro que no cumpliera con las normas por ellos establecidas. Es atractivo verla, con los mejores actores del teatro nacional.