Aldeas de emergencia: el difícil camino hacia la nueva casa propia
La vida en una vivienda de emergencia nunca fue fácil, y el proceso de dejarla tampoco lo es. Este es el contraste entre quienes ya cuentan con una vivienda del Estado y quienes a cuatro años del 27/F aún esperan por una solución.
La aldea que se emplazó para los damnificados de la caleta El Morro, junto al estadio del mismo nombre en Talcahuano, es colorida y alegre. Las mediaguas que quedan -154 de las 196 iniciales- están ampliadas, pintadas, con pequeñas jardineras e, incluso, terrazas. Los niños juegan, cantan. Las vecinas conversan de casa a casa, cruzando sus voces por los estrechos pasillos que separan las viviendas.
Todo aquello es el resultado de un proceso que se inició hace cuatro años, el 27 de febrero de 2010, cuando el tsunami azotó la otrora caleta de pescadores y dejó a las familias con lo puesto, anhelando cada invierno contar con un nuevo techo, prometido año a año por el mismo Presidente Sebastián Piñera.
De esas familias, 42, compuestas por ex allegados y arrendatarios, recibieron el 14 de febrero pasado las llaves de sus nuevos departamentos. "Es llegar e instalarse", comentó Julia Sanhueza, una de las beneficiadas.
Junto a su marido y sus dos hijas, más familias de Santa Clara, recordará hoy, desde su hogar instalado en la Torre F del complejo El Morro, el terremoto que destruyó su casa. Todo esto lejos de la sofocación de la emergencia y las incomodidades de una aldea. "Aún no me la creo. Lo voy a asimilar cuando esté ya instalada", dijo el día de su mudanza.
Con una realidad distinta se encuentran otras 78 familias de la aldea, que aún esperan recibir las llaves de sus nuevas casas palafito. Mientras, sólo ven cómo estas viviendas se construyen de cara al mar que dejó en cero años de sacrificio.
"Estas casas son el costo de quedarnos en la caleta. A nadie se le obligó a quedarse. Aquí todos teníamos todo, no nos faltó nada, nos regalaron estufas a parafina, y el que quería podía ampliarse o construirse un baño. Había que sacar plata del bolsillo, sólo el que no quiso no surgió aquí", relató Cecilia Vallejos, dirigenta de la Caleta El Morro, quien luchó desde el principio por un proyecto habitacional e incluso increpó al Presidente de la República por su promesa de sólo dos inviernos en viviendas de emergencia.
Sus vecinos recibirán casas de 53 ó 56 metros cuadrados. Lucila Silva es una de ellas, pero al igual que muchos, ya no soporta la espera. Luego de cuatro décadas viviendo en la caleta junto a su esposo, ve día a día cómo la construcción avanza lentamente, cómo han cambiado las empresas encargadas de la obra y cómo su nueva casa tendrá la mitad del espacio que tenía en la caleta, que eran 100 metros cuadrados.
Con esfuerzo y deudas aún impagas, instaló un restaurante. Todo nació como una cocinería para atender a los trabajadores que edificaban su futuro hogar. Desde la ventana de aquel negocio mira su casa, emplazada en una esquina, igual a todas las demás.
"Me alegro por quienes ya recibieron su hogar. Pero, también veo injusticia. ¿Por qué nos han hecho esperar tanto a quienes éramos propietarios?", dijo.
Su expectativa es sencilla: "Mi anhelo es recibir pronto mi casa, para estar tranquila. Creen que porque hay un negocio las cosas están bien, pero hay muchas deudas. Yo vivo aún en mediagua y es un precio alto que hay que pagar viviendo allí".
Las casas palafito que entregarán en El Morro son parecidas a las construidas en la calle principal de la caleta Tumbes, en Talcahuano. "La ola sacó una casa y otra no, una sí, la otra no", relató Marisol Sanhueza desde el balcón de su nueva vivienda, mirando el sitio desde donde recuerda, vino la ola el día de la catástrofe.
En esos espacios arrasados por el mar, las nuevas construcciones buscan encajar entre las antiguas, que conservan sus colores, ventanales y amplias entradas. Fueron pintadas y amobladas, pero Marisol y sus padres no viven allí, sólo su hermana. Viven en la parte trasera de su sitio, en una casa grande, construida en base a una mediagua. Su madre, María, no puede subir las escaleras de la vivienda estatal, la que es demasiado pequeña para alojar a toda la familia. "El sofá tuvimos que meterlo por el balcón", recordó.
Por eso al mirar su casa, entregada hace cerca de cuatro meses por el gobierno, no logra ver demasiado. "Estamos agradecidos, pero esto no es mío. La casa de atrás es mía, allí hay esfuerzo, hay trabajo", dijo. Más allá de la estructura, lo que más valora es contar con un papel que le garantiza que el terreno donde hoy está le pertenece a su familia. "Tenemos título de dominio", comenta esperanzada.
A pesar de todo, lo que perdieron y recibieron ya es parte de sus vidas, y así lo entiende Julia, de El Morro. "Tengo sentimientos encontrados de dejar esta casa. Fueron tantas fechas falsas, tantas mentiras, tantas ilusiones", aseguró cansada, entre cajas y bolsas listas para la mudanza. "Esta casa es una parte de mi vida que no puedo olvidar y que nos unió como familia".
Pero, su situación parece un cuento de hadas al lado de otros sectores de la Región. En Llico, localidad de la Provincia de Arauco, el dirigente Lautaro Pereira, honrando su nombre, no ha dejado de luchar por las 80 casas que componen el proyecto habitacional para la destruida caleta. El avance de sus viviendas definitivas ha sido lento y lleno de tropiezos que han retrasado en varias ocasiones la entrega de los inmuebles.
Según las últimas informaciones recibidas desde la empresa constructora Maule, contó Lautaro, mañana serían entregadas las casas a Serviu. La empresa de electricidad Frontel aún debe completar la instalación eléctrica con los medidores, no obstante la fecha inicial de entrega era exactamente un año atrás, cuando se cumplían tres años del terremoto y maremoto.
Así, ya existen tres informes de Contraloría por las irregularidades en la construcción, donde incluso una ONG y el mismo municipio han intervenido. Uno de los problemas más graves fue la mala conexión de las cañerías de los baños de 40 casas, y problemas con la estructura de hormigón. Esto obligó a reconstruir algunas viviendas, aumentando el retraso y las dudas de los damnificados.
Tras tanto problema, dice Lautaro, Llico bajó los brazos: "Lo más terrible es que en estos años hay un deterioro psicosocial. La gente vive en aldeas, sin baño, sin intimidad, enfermas en invierno. Y hay personas que murieron en el camino y que nunca vieron su solución".