San Valentín
Cuando me pidieron que escribiera la columna para el 14 de febrero, lo primero que pensé fue en mi señora, Carolina, y lo romántico que podría ser dedicarle una columna en el diario, pero ¿qué puede decir un economista del amor? "Mucho", dirán quienes ven que las tiendas decoran sus estanterías con corazones y ángeles para vender tarjetas, flores, chocolates y otras cosas, pero todos sabemos que eso poco tiene que ver con el Amor, ése con mayúscula.
Porque pareciera que esta fecha nos da la posibilidad de cubrir con regalos y veladas románticas las faltas cometidas, ya sean pasadas o futuras, y se nos olvida que las relaciones de pareja se tratan de decidir cada día si quiero hacer lo que esa otra persona espera de mí. Por supuesto que implica conocer profundamente a esa persona para saber qué quiere sin tener que preguntarle. ¡Obvio! De lo contrario no tendría gracia.
El problema es que poco nos enseñan hoy a este respecto. Nuestras decisiones diarias giran en torno a lo que nosotros queremos o a lo que nosotros creemos correcto, pero pocas veces pensamos en los demás o lo que piensan. Y este problema va más allá del amor de pareja: se refleja en casi todas las áreas de la vida. Cuando manejamos mal, cuando nos estacionamos de cualquier manera, cuando cruzamos la calle por cualquier lado, cuando pagamos menos de lo que corresponde "haciendo leso" a alguien, cuando tratamos mal a la gente, etc. Nos preocupamos de nuestros intereses -de nuestra "utilidad" dirán mis colegas- y llegamos a extremos casi ridículos de colaborar con ciertas instituciones de beneficencia "porque a cualquiera le puede pasar", es decir, ¡hasta damos limosna para nosotros mismos!
Y no me refiero sólo a la necesidad de considerar el cómo afectamos a los demás con nuestras acciones, sino también la posibilidad de que esa otra persona pueda pensar diferente. Yo elegí a mi mujer y ella me eligió a mí. Debería ser fácil ver la vida desde un punto de vista similar, pero no siempre lo es. ¿Qué queda para los que no elegimos vivir en el mismo país? Soportarnos, pero para eso es necesario que aprendamos a respetar al otro, desde su opinión hasta su libertad de hacer lo que le parezca. Siempre habrá quienes no respeten este precepto, pero faltarles el respeto de vuelta solo contribuye a mantener la espiral que lleva fácilmente a la violencia.
La familia y la sociedad se parecen. Y los chilenos parecemos no querer mucho a Chile, y a veces pareciera que Chile tampoco quisiera mucho a los chilenos. Por un lado, la mayoría de los chilenos ni siquiera vota y quiere educación gratuita y de calidad. Parecen marido infiel que llega exigiéndole la cena calientita a la señora. Por el otro, Chile trata diferente a la gente dependiendo del lugar donde nació. Como esas parejas que se quieren mientras las cosas están bien, pero cuando se acaba el dinero, se separan.
Los chilenos solo parecemos recuperar ese amor por Chile durante la Teletón o cuando juega la Selección, tal como los enamorados vuelven a jurar amor eterno para su aniversario o San Valentín. Ojalá el Amor nos dure para todos los días del año y vivamos todos más felices comiendo perdices.