Calzoncillo de candidato
Por una cuestión de memoria familiar, de dignidad en la pobreza, jamás pagaría 39 lucas por un calzoncillo, aunque fuese cosido con hilo de oro. A lo más, mi costumbre se remite a comprar paquetes de cinco o siete unidades a precio de oferta, así también mis camisas, mis pantalones y chaquetas.
Si es funcional, si no tengo intenciones de exhibirme en ropa interior en una fiesta encima de la mesa, me da lo mismo. El calzoncillo debe ser siempre pensado como un estropajo entre nosotros, los hombres comunes de la calle, y no como un cebo de conquista y lucimiento personal. Menos todavía como un gasto de campaña electoral. Es decir, Parisi, que te parta un rayo por cuentero, posero y chamullento.
No es pecado comprar ropa cara, he sabido de multimillonarios que usan una camisa sólo una vez en la vida y luego la botan. El pecado es el populacherismo de presentarse como candidato alternativo, más o menos que salvador de la patria, y sin embargo abofetear a las clases modestas con la máxima elegancia en el poto y, para peor, tratar de que el Estado se lo financie. El problema es que hubo mucha gente que le creyó, un diez por ciento de la votación de primarias. ¿Qué pensarán ahora esos miles de votos "buena onda" que le compraron el discurso rupturista contra los viejos enclaves políticos y económicos? ¿Seguirán creyendo que Parisi, con sus calzoncillos de lujo, era la salvación a nuestros problemas diarios?
Mirado ahora, el calzoncillo guarda directa relación con el programa de un candidato presidencial. El señor Parisi es la comprobación en laboratorio de tal certeza, y más encima los burros de su comando no se percataron de que declarar ese tremendo gasto en churrines, a fin de recibir el reembolso de Estado, iba a ser comidillo nacional. Por donde se les mire: brutos.
Los candidatos como Parisi surgen porque la ciudadanía se cansa de los malos oficios de la política tradicional, y cree que pueden sumarse a una alternativa iluminada y con ella cambiar el mundo. Mentira. Sólo fue un tipo encachado que hablaba bonito y prometía todo lo que se puede prometer cuando se sabe que son ínfimas las posibilidades de aplicar las promesas. Y volvamos a los calzoncillos. ¿Quién gasta tanta plata ajena, del Estado, en cubrirse la frutera?
El otro tampoco se salva, MEO, a pesar de que en teoría se sustenta en un mayor peso político. Y ahora sabemos que dicho peso político no era más que la apariencia que le daba el relamido peinado por el que se gastaba varios sueldos mínimos para mantener así, "natural". Me corto el pelo una vez al mes, en la misma peluquería desde hace treinta años, y en ese periodo habré gastado lo mismo que MEO durante la campaña para las primarias.
¿Cuál es el remanente? Hemos permitido que candidatos frescolines y poseros se hayan dado el gustito de disputar el sillón presidencial, cuando en sus actos menores demostraron que no son probos, ni santos, ni salvadores, ni nada. Es una lección que la ciudadanía no aprende, porque en las próximas elecciones, de seguro, volverán a correr, ellos u otros peores.