"En estos 40 años no se me ha olvidado nada de lo que sucedió esos días"
La esposa de la autoridad penquista del gobierno de Salvador Allende recuerda cada detalle de lo que vivió el martes 11 de septiembre de 1973 y asegura que aunque era evidente que habría un golpe de Estado, nunca imaginaron que sería ese día.
Fue el miércoles 7 de noviembre de 1973 cuando Adriana Ramírez fue conducida por dos detectives de la Policía de Investigaciones a la morgue de Concepción, ubicada en ese tiempo en la Universidad de Concepción, frente a la Casa del Deporte.
Sin mayores explicaciones, la esposa de Fernando Álvarez, último intendente penquista del gobierno de Salvador Allende, cruzó el umbral de la puerta e ingresó a la sala donde la estaban esperando. En un silencioso semicírculo, médicos de la institución se mezclaban con otros facultativos del Ejército, con militares, carabineros y personal de la Policía de Investigaciones. En el centro, sobre una mesa metálica se encontraba el cuerpo sin vida de su marido, vestido y con las manos sobre el pecho.
Adriana recuerda que tenía las uñas oscuras y la marca de golpes en cada una de las mejillas. Se acercó y le tomó una mano, donde pudo comprobar que aún no tenía el rigor mortis que caracteriza el paso de las horas en quienes han fallecido, lo que la hizo pensar que no había muerto hacía mucho rato.
De inmediato, le advirtieron que no debía acercarse al cadáver de Álvarez, ni menos revisarlo. Sin llanto ni gritos, sólo optó por preguntarles "¿por qué hacen esto?" y confirmó que quien yacía sobre la mesa era su marido.
Al salir del lugar vino la sorpresa. Sus compañeros de trabajo de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Concepción se habían enterado de lo sucedido y habían acudido a las afueras del edificio de la morgue para esperarla. Sólo entonces, rodeada de personas que silenciosamente le entregaron su solidaridad, tuvo un momento para dar espacio a su dolor.
"En estos 40 años no se me ha olvidado nada de lo que sucedió esos días", señala Adriana Ramírez, quien hoy bordea los 80 años y asegura que a pesar del paso del tiempo, sigue repasando algunos momentos precisos de ese año en que perdió a su marido, pero siguió adelante por sus tres hijos.
EL LOCUTOR DE RADIO
Fue en 1952 cuando los destinos de Fernando Álvarez y Adriana Ramírez se cruzaron. Era tiempo de elecciones presidenciales y ambos participaban activamente en la campaña de Salvador Allende, quien postulaba por primera vez a la Primera Magistratura, de un total de cuatro intentos que culminarían en 1970, con su elección apoyado por la Unidad Popular.
Los dos eran estudiantes de la Universidad de Concepción. Adriana había ingresado a la carrera de Farmacia y Álvarez cursaba Derecho, aunque compartían su militancia en el Partido Comunista. "Las cosas fueron enredándose, como decía Violeta, y hacia el final de la carrera estábamos pololeando. Él era muy dedicado a la política, le encantaba, vibraba con ella, creo que sentía la necesidad de participar. Al final fue tanta su dedicación que no terminó la carrera, porque como vicepresidente de la FEC dedicaba mucho tiempo a esta actividad", detalla Adriana.
Sin embargo, lograron casarse y Álvarez optó por comenzar a trabajar en la radio Simón Bolívar, como locutor, la misma labor luego realizaría en la Radio Universidad de Concepción. Ella, por su parte, se presentó a un concurso para trabajar en la Escuela de Farmacia de la misma UdeC, el que ganó y le permitió tener un trabajo de jornada completa en esa casa de estudios.
El tiempo pasó y Álvarez nunca dejó de lado la política, que compartía con trabajo de locutor, lo que lo haría popular entre los penquistas, sobre todo después del terremoto de 1960. Si bien en una elección intentó ser regidor de Concepción y no logró ser electo, siguió siempre involucrado en el apoyo de las campañas de su partido, en un trabajo constante y permanente.
Hacia fines de la década del 60, la pareja ya tenía tres hijos y la elección de Allende como Presidente de la República terminaría por abrir la puerta a Álvarez en el camino a un cargo de mayor visibilidad y responsabilidad. Adriana recuerda que fue en octubre de 1972 cuando el entonces intendente Vladimir Chávez fue acusado constitucionalmente por la muerte del cabo de Carabineros, Exequiel Aroca, frente a la sede del Partido Socialista en Concepción.
"Creo que me di cuenta antes que él de que sería el nuevo intendente. Cuando supimos que Chávez se retiraba le dije: Ahora te toca a ti", señala.
ERA INMINENTE
Si bien la labor en la Intendencia no era fácil, sobre todo por la creciente polarización política en la zona, que se acrecentó con las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, su esposa afirma que el carácter de Álvarez ayudó a controlar los ánimos y que, a pesar de los hechos complicados que debió enfrentar, no era una persona que cultivara enemigos.
"Sí es cierto que, aunque no lo hablábamos, sabíamos que el rumor de un posible golpe de Estado era más que eso. Se sabía que en algún momento podía ocurrir, pero no teníamos certeza de la fecha o del momento en que podía concretarse", afirma.
-A las 7.25 de la mañana tocaron la puerta dos carabineros. Al principio pensamos que eran de la escolta de Fernando, pero no lo eran, venían a detenerlo. En ese momento, ya se había ido mi hijo mayor al liceo Enrique Molina y yo estaba con las dos niñas en el segundo piso, mientras Fernando estaba en el baño y se estaba levantando. Bajó en pijama, pero los carabineros no daban más explicaciones, entonces bajé y les dije "¿qué es lo que pasa aquí?", y uno de los funcionarios me dijo "es el Golpe". Ahí entendí todo. Me autorizaron que le pasara ropa a Fernando, se vistió y las niñas se asomaron para saber qué pasaba, pero les gritaron que no miraran. Se fue con ellos, en un auto. Yo estaba totalmente consciente de lo que venía.
-Después pasó algo raro. En medio de la sorpresa por lo que había sucedido pasó un rato y alrededor de las 8 de la mañana volvieron a tocar la puerta, pero esta vez eran militares, una patrulla del Ejército. Abrí la puerta y me dijeron que venían a detener al señor intendente, a lo cual yo respondí que ya se lo habían llevado. El oficial a cargo no lo podía creer, se enojó mucho y no me creyó, quiso revisar la casa. Entró junto con los soldados, que eran muy jóvenes, al parecer eran conscriptos, daba lástima verlos. En un momento subí para ver qué estaban haciendo en mi dormitorio y vi a dos, uno estaba mirando unas fotografías familiares y el otro había sacado una caja con la cámara fotográfica de Fernando y se había sentado en la cama para revisarla.
- No, supe que estaba detenido y en la isla Quiriquina, fue tarde porque ya estábamos en toque de queda y no me dejaron preguntar nada. Yo durante la mañana fui a la Intendencia, caminé desde mi casa hasta el centro. Estaba todo muy silencioso ese día, los únicos vehículos que pasaban eran los del Ejército. Cuando llegué entré no más y subí, llegué al hall y en ese momento me encontré con el oficial que había allanado mi casa. Me dijo "señora Adriana, ¿qué hace aquí?" y me insistió en que me fuera rápido. También fui a la universidad, pero me dijeron que me fuera, estaba todo lleno de militares.
Con el paso de los días se mantuvo preocupada de sus hijos e intentando continuar en su trabajo, del cual fue suspendida hasta octubre. Todos los lunes iba hasta la puerta Los Leones, en la Base Naval de Talcahuano, para dejar ropa limpia y alimentos para su marido, hasta que el lunes 5 de noviembre le informaron que lo habían trasladado a Concepción.
Fueron tres días de búsqueda en Carabineros, en el hospital, en el Estadio Regional. Ninguna de las personas que la recibió le confirmó el traslado. Hasta el miércoles 7 de noviembre, cuando estaba en el edificio de la Tercera División de Ejército y la fueron a buscar dos detectives de la Policía de Investigaciones.
Esa tarde, después de reconocer el cuerpo de su marido, recibió el llamado del general Washington Carrasco, intendente de Concepción, quien le dio su pésame a través de un llamado telefónico. Aunque luego se concretó una reunión entre el alto oficial y parte de la familia, no hubo avances ni posibilidades de acercar posiciones, ya que lo culpaban de haber pertenecido al Plan Z.
Actualmente se mantiene abierto un proceso judicial por la muerte de Álvarez, que se encuentra en manos del magistrado Carlos Aldana, en Concepción, y está probado que falleció en la Cuarta Comisaría de Carabineros penquista. Fueron procesados dos uniformados en retiro en junio pasado por el delito de torturas, y no se descarta que haya nuevos inculpados