Decidir estudiar Pedagogía no es fácil.
El análisis previo está cargado de prejuicios familiares y sociales, ligados a los requisitos de ingreso a las carreras y a factores de proyección económica. En ese contexto, la fuerza de la vocación, de la convicción profunda del llamado a educar, a transformar vidas, a co construir las bases de una sociedad responsable, solidaria e inclusiva, resulta trascendental.
Querer ser profesor es mirar la vida con optimismo. Es saber que se puede hacer algo grande, educando a los más pequeños, acompañándolos en el descubrir el mundo, animándoles cada vez que brillan sus ojos cuando algo nuevo se les revela; mediando el contenido curricular con la propia vida, para darle sentido de pertenencia; dándoles oportunidades para descubrir sus habilidades y talentos y desarrollarlos no sólo para sí, sino para compartirlos con los demás; ayudándoles a construir una comunidad de aprendizaje, donde cada uno se sienta responsable del progreso académico y la participación de todos sus compañeros, con un sentido solidario y comprometido; guiándolos en la búsqueda de la vocación, de aquello que más tarde estudiarán y con lo cual se transformarán también en artífices de una nueva generación y ahí, ya en la educación superior, invitándolos a hacerse responsables de su propia formación, para con alegría asumir el rol social al que cada uno ha sido llamado.
Ser profesor es sentirse orgulloso de la tarea encomendada, es despertar cada día con la ilusión y el compromiso de poder hacer mejor la vida de un niño, de una niña, de un joven que nos fue confiado, que llegó a nuestra aula no por casualidad, sino porque hemos sido llamados a cultivar su vida, a poner a su disposición herramientas conceptuales, valóricas, actitudinales y prácticas con las que deberá enfrentar su vida.
Ser profesor es no tener límites, es creer de verdad que todos pueden aprender, de distintas maneras, con capacidades diferentes, con tiempos que requieren ser ajustados; con la convicción profunda de que aún en casos de alumnos que presentan necesidades educativas especiales, asociadas o no a discapacidad, también podemos hacer algo.
Ser profesor es asumir el reto de educarlos a todos, de estudiar y perfeccionarse permanentemente para responder a las exigencias que nos imponen aquellos estudiantes que escapan a la norma; de ajustar las estrategias y metodologías de enseñanza y evaluación para que todos tengan la oportunidad de aprender y demostrar aquello que han podido incorporar a sus vidas. Es hacerse cargo de un diseño universal de aprendizaje que no es solo teoría, sino que puede efectivamente hacerse realidad en el aula.
Ser profesor es amar lo que se hace, lo que se enseña, el establecimiento en el que se labora, a los niños y sus familias, a los compañeros de trabajo; es amar la vida apasionadamente y reconocer la vocación como un regalo, que nos fue dado para compartirlo, como acto consiente de entrega y servicio.
Ser profesor es un llamado, una invitación a que con humildad y sencillez, con trabajo y dedicación, con audacia y respeto y con una entrega generosa iluminemos la vida de los alumnos y los transformemos en estudiantes, en personas autónomas, seguras, responsables de sí mismos, de los demás y de su entorno. ¡Qué gran y hermosa tarea!